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Por: Juan David Herrera

Camino polvoriento y de olores fétidos, con multitud de personas que miran sospechosamente a cualquiera que les parezca extraño. Como una serpiente cascabel que se pone en guardia ante lo desconocido, la desconfianza reina en la jungla del rebusque y la bazofia. Fácilmente podría ser un manicomio. Voces que llegan de todos los lados, pitos de carromulas, gente que pide permiso porque el andén es muy estrecho, indigentes a diestra y siniestra, abandonados que como aves de rapiña buscan a quien asaltar. Es la entrada al infierno humano. 

Una malla verde corroída por el tiempo da aviso de que se ha llegado. Dentro de ella, se alcanza a ver un caserío de vendedores que atosigan a todo el que pasa: Abanicos, motores, plástico y hasta una odontología. En este lugar se encuentra cualquier cosa: Un vallenato del Cacique, muchas latas de cerveza, gente por todos lados.Le llaman el mercado de granos de Barranquilla.

Entre un laberinto de locales de madera y zinc que parecen al borde de un colapso, se llega a la zona de tráfico de animales. El aire se siente espeso y sucio, las personas hablan de manera obscena y no hay espacio para la decencia. De manera inmediata, vendedores se abalanzan a ofrecer guacamayas, tortugas, babillas, iguanas, ardillas, ranas, un deprimente buffet de especies salvajes.

En uno de los locales, un hombre gordo y canoso le da agua a un mono que tiene en un guacal. La captura de los monos es una de las más violentas: se les arrancan los dientes para que no puedan defenderse… los someten a duros castigos para que sean “mansitos”. El miedo se refleja en su mirada, se acerca poco a poco a beber agua. En otros locales abundan conejos y gallinas que son aprisionados en pequeñas celdas de metal; escasamente poseen el espacio necesario para moverse o tomar agua.

Ranas, monos, pájaros, muchos pájaros, conejos, babillas, patos y la lista sigue. Una convergencia de especies en un hábitat de pobreza y avaricia.

Los policías, o tombos como se les llama en este lugar, son una especie extinta: no se ven por ningún lado. Algunos vendedores están convencidos de que hay algunos encubiertos rondando la zona, por lo que su paranoia aumenta cuando alguien comienza a preguntar mucho. Lo importante es no dejarse pillar.

El rey de la selva

Si se camina unos metros más adentro, entre la basura y el olor a mierda se encuentra un negocio grande, de madera robusta y gran diversidad de especies animales. A primera vista se pueden observar decenas de pájaros que conforman una bella amalgama de colores. Maravillosa imagen, terrible contexto.

Allí, un hombre de cabello castaño, grandes ojeras, una protuberante nariz, camisa de lino y un pantalón de tela que acompaña con unos zapatos bolicheros, lee el periódico mientras bebe una cerveza. Tira la lata. Tiene un tic nervioso en el ojo derecho que lo hace parpadear constantemente. Atiende. Le dicen Tarzán y es el que maneja gran parte del tráfico animal en esta zona; cualquier especie que se busque, él la tiene. Todos lo conocen, todos lo respetan.

Conoce bien cada especie y meticulosamente hace una descripción de ellas. Tiene preferencia por las aves, en especial por los periquitos australianos, a los que presume como uno de los animales más bonitos de su tienda. Eso sí, 60 mil pesos por el par y el amor acaba.

-Estoy buscando una cotorrita

-Breve, 20 luquitas y se la lleva de una

-Yo la quiero ver

En una caja de cartón con agujeros a los lados, Tarzán, de manos muy grandes, saca una pequeña cotorra bebé que tiembla del frío, o del miedo, o quizás de ambas. La coloca sobre uno de sus dedos y la acaricia. Paradójico, al igual que Judas, le da amor antes de venderla.

El ave lanza un tenue quejido de dolor, parece que quiere escapar, pero tiene las alas lastimadas. No puede hacerlo. Vuelve a la soledad de su mazmorra.

Una mujer llega en busca de un pato. Es un trato veloz. Tarzán abre una jaula que está en una esquina, sonríe de forma malévola, miradas fijas, 10 mil pesos en una mano sudorosa, otro eslabón de la fauna que se pierde.

Un coro de escozor se apodera del lugar. Las aves cantan y lo hacen demasiado alto, más que de costumbre. Desafinan, parece que gritaran. Más que un oro parece un clamor de auxilio… en medio de la selva.

Un ave distinta

Dentro de una gayola se mueven unas plumas azul eléctrico con tonos de verde metálico, y una inmensa cola de color plata y cobre que parece un largo pincel. Es un ave con tres pelos en su cabeza que fungen como una corona; definitivamente, es distinta.  Su canto agudo la comprueba, es otra especie. Es un gran pavo real, cuya majestuosidad y belleza se ve opacada por el sentimiento de desilusión que evoca el cautiverio.

Tarzán la mira con gran orgullo, es la joya de la corona de su nefasto menú de la naturaleza. Ríe mientras saca de una bolsa negra un apestoso concentrado, que pone sobre una ponchera de color rojo. Abre la jaula, lo suficiente para meter su mano, y deposita el desagradable alimento. “Este animal necesita un cuidado distinto”, añade.

Epílogo

Cae la tarde y el calor del día cede su lugar a la dulce somnolencia de la noche. El laberinto se convierte en una bomba de tiempo, de la cual hay que salir rápidamente. Afuera, la danza de recicladores entra en escena: en carretillas recogen todo aquello que la sociedad desechó. Hay niños que corren entre los residuos y abren bolsas de basura como si fueran regalos de cumpleaños. La cruda realidad.

El asfixiante tránsito de personas cesa. Los vallenatos se apagan. Cierran los locales. Se baja la persiana del dolor, por un día más. Poco a poco sólo quedan los cazadores nocturnos a los que, aconsejan en el lugar, no se les debe dar papaya. Y el color del recuerdo expresado en una multitud, en una fauna que espera otro día para ver si con el alba acaba el sufrimiento.

Es el comercio de la libertad por llenar con un peso el bolsillo.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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