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Sergio, el analista

Cuando vi a Sergio Sarmiento Tamara, “Checho” como le llaman sus estudiantes, por primera vez, nunca imaginé poder encontrar todo lo que él representa. Logré conocer a una persona que solo puede generar alegría y pasiones a quienes lo rodean. Nunca imaginé que todo sucediera en un salón de clases, pero así fue. Todo fue de las maneras que no pude imaginarme.

Sergio es un hombre alto, tiene el cabello rizado, siempre viste de colores vivos y llamativos, analiza cada movimiento de sus estudiantes. Siempre está concentrado en cada escena, movimiento o palabra que se diga. Llegué al salón de clases y me encontré a un Sergio recostado en el piso del salón de música, abrazando a uno de sus estudiantes. Sonrió cuando los miró actuar. Todos usaban sudaderas y camisetas, estaban descalzos. Cada uno se miraba y evaluaba la evolución del otro.

Dos de ellos se dirigieron al centro del salón y empezaron a realizar la escena. Cada error y cada pausa era la oportunidad para darle apoyo al crecimiento de sus estudiantes. Pero nació un Sergio bromista. El profesor Sergio que dio la oportunidad a sus aprendices de nutrirse y crecer al lado de los errores, reírse de ellos e iniciar de nuevo hasta que lograran dar todo de sí.

Continuó la escena y tomó la iniciativa de levantarse y dirigirse a sus chicos para darles indicaciones de cómo debe ser su postura. Como debía ser el dialogo entre ellos. Debían sentir cada palabra y frase que pronunciaban. Caminaba por el salón hasta que se sentó y cerró los ojos, pronunciaba cada una de las palabras a la par con los estudiantes y una sonrisa significaba la admiración que en ese momento sentía.

“Checho”, el profe

Nació un Sergio amoroso y lanzó un abrazo a uno de sus estudiantes que estaba dormido. Bromeo con uno de ellos, jugueteaba, hacía maldades. Del fondo del salón caminó hacia adelante y apoyo la cabeza en las piernas, específicamente en los tenis, de Nick.

fot. Rosa A. Ruiz

 

De un Sergio bromista cambió, se transformó en el profesor que les brinda a sus estudiantes un par de conocimientos de lo que sígnica actuar, así es como él lo dice, “yo solo comparto un poco de lo que se”.

Sonó el timbre de un teléfono celular, una y otra vez. Nació el Sergio despistado, que no recordaba donde había dejado su teléfono móvil. Estoy segura de que la concentración en el trabajo de sus estudiantes hace que se desconecte del mundo exterior. Solo había un espacio en ese momento y son sus aprendices.

Luego nos dirigimos a un lugar abierto que me transportó al teatro de la antigua Grecia porque en ese momento es cuando realmente concebí y percibí libertad en cada uno de ellos, como si no existiera nada más y ese era el verdadero momento en que eran completamente felices.

Por un momento creí haber visto todo tipo de peculiaridad en mi vida. Pero jamás había conocido a un profesor que con una campanita como las que hay en las recepciones en los hoteles les avise a sus estudiantes que se les ha acabado el tiempo para su improvisación.

No solo es realizar ciertas dinámicas de aprendizaje para que los conceptos o los tipos de improvisación queden claros. Es la admiración que debes tener por tu compañero que está ahí dando lo mejor de sí mismo y demostrando que el teatro no es el pasatiempo que está realizando un todo la mañana y la tarde de un sábado, sino una pasión que lo hace excavar y aflorar todos sus sentimientos en la expresión.

Decían palabras de manera aleatoria para que fueran dichas dentro de la improvisación, delimitados por una situación y un lugar. Prácticas como el cuadrante (se ubican cuatro personas e interactúan de dos en dos diferentes situaciones en un tiempo determinado), dos por dos (dos personas realizan una improvisación, pausan y dos personas diferentes deben continuar la escena) son las que recrean este corto tiempo de improvisación.

En este momento llegó “Checho”, el Checho de sus chicos, el padre. Caminaba de manera desesperada como si algo le hiciera falta. Decía una y otra vez que se iba, uno de sus estudiantes le dio un abrazo fuerte y dice “ahora sí me voy”. Se despidió del resto con un abrazo y un beso como si el próximo encuentro no fuera a suceder.

“Checho”, el padre

Tenía la duda, algo me decía que encontraría la respuesta a todas las preguntas que me estaba haciendo ese día. ¿Qué hacían estos jóvenes un sábado por la mañana hasta la tarde en la universidad? ¿Quién es Sergio en la vida de estos jóvenes?

Fueron tres horas en las que logre comprender que realmente si una persona cree en ti lo demás no tiene importancia. Jóvenes de diferentes carreras unidos por una sola pasión, el teatro. Cuando Sergio llegó a ser su profesor había cierta desconfianza, estaban un poco alejados de él. Venían de una persona un tanto fría. Sergio empezó a ganar la confianza de cada uno, a conocerlos en sus diferentes facetas y logró convertirse en parte de su familia.

Cuando conocieron a Checho no pensaron crecer en el campo actoral, no pensaron en entender cómo puedes querer tanto a una persona que te muestra tu pasión desde una perspectiva de clases. Pero volvemos al salón de clases, donde Sergio cerraba los ojos para admirar lo que sus estudiantes pronunciaban, porque solo bastaba con escucharlos.

Tenemos a Checho, junto a ellos, viendo las lágrimas de Juan Sebastián. Sin poder explicar todo lo que Sergio ha logrado encontrar en ellos, talentos que ni siquiera sabía que tenían. Han logrado aprender y explorar otros aspectos del teatro que no conocían.

“Tener a alguien como Checho es valorar tus errores, una persona que no te recrimina, que te valora como su estudiante y como persona. Eso no tiene precio” es lo que Juan Sebastián nos dice.

Nick de la Asunción no pudo quedarse con las ganas de hacerme una descripción clara de su padre en el teatro, “Sergio es un padre, es muy cariñoso, nos transmite confianza, apoyo, conocimiento. Sergio es una persona excepcional, una mente brillante, es increíble a la hora de consolidar grupos y en su estado de calma permanente, siempre tiene todo bajo control. Es un mamador de gallo único”.

Ese sábado solo era el comienzo para comprender a Sergio como ser humano, como profesor y como actor.

fot. Rosa A. Ruiz

Aún tenemos más que conocer de Sergio, un hombre que lucha por la igualdad. Que ayuda a quien lo necesita, que se une a causas altruistas.

Sergio Sarmiento, el profesor

Era un día lluvioso, donde nos encontrábamos era la prueba de la poca importancia que damos a las artes. Un lugar descuidado, estos nuevos estudiantes que a pesar de las condiciones llegan desde muy temprano a el curso de improvisación dictado por el profesor Sergio.

Algunos de ellos le llamaban profe, palabra que no le gusta, otros le llaman Sergio. Porque ahora conocíamos al Sergio exigente, al profesor que quiere ver más y más de sus estudiantes. Ya no se estaba dirigiendo a chicos que estudian otras carreras, ahora se dirigía a estudiantes de arte dramático. A jóvenes y adultos que dedican su vida al teatro.

“A ellos debo exigirles más, van a dedicar su vida a hacer teatro”. Teníamos a un Sergio que quiere ver en sus estudiantes la explotación de todo lo que el teatro les brinda. “Para mí no son estudiantes, son personas de quienes constantemente aprendo”. Sergio percibe a futuros profesionales que quieren seguir su camino en la profesión.

Estábamos en sillas organizadas como en la sala de espera de un hospital, las puertas desgastadas. Lo que no representaba un impedimento para Sergio y las personas de quienes tanto aprende. Iniciaron con ejercicios para que el cerebro se disperse, bloqueo del cerebro para que luego se conecte. Luego hicieron rimas de manera aleatoria para que todos fueran al país que rime con sus nombres. Y así Sergio va a el país de los serios y Alicia va al país de las maravillas.

No podía irme sin antes reunirme con estas nuevas personas. Solo quería confirmar lo que antes ya había dado por hecho. Sergio corrió atemorizado hacia el primer piso y solo me dijo “no me gusta escuchar a las demás personas hablar sobre mi”.

Andrés Galvis, otro estudiante de Sergio, me contó cómo empezó su historia en el teatro, como es que se involucró en el arte. “En principio me daba miedo, nadie nos apoya, si hubiera más puertas al teatro tendríamos más posibilidades”. Su preocupación está en que no hay quien apoye el arte. A esos jóvenes y a Sergio les apasiona cada día interpretar, expresar, desahogar, lograr encontrar en el teatro el momento para ser ellos mismos a pesar de interpretar a otros.

“Sergio es un padre, un amigo, un hermano”, Andrés ha sido su estudiante por los últimos años y ahora lo ayuda a coordinar el curso de improvisación “IMPROLAB”. Este proceso que los dos han emprendido es una lucha por hacerles ver a muchas personas que a través del arte es donde ellos encuentran su paz “el arte es mi vida” dice Andrés.

Cada uno de ellos me expreso con enojo cuanto sienten que haya falta de espacios y financiación. Muchas familias quisieran ir un sábado al teatro a disfrutar de teatro hecho en la cuidad. Cuántos de ellos quisieran que las escuelas dictaran clases de teatro. Que no se encuentren en la preocupación de cómo voy a vivir o sostenerme del teatro.

Lo reconozco

Llegó un Sergio que lucha constantemente por la causa, que muestra a sus estudiantes que hay salidas. Que no se debe desfallecer. Por más que traten de ponerte obstáculos ante un no, digámosle que sí. Llega un Sergio profesor, constructor de conocimiento.

“Yo no soy su profesor, yo estoy aprendiendo de ellos”. Me he cuestionado gracias a Sergio, ¿con cuántos profesores así contamos en nuestro país? Profesores a quienes no les importa si está lloviendo, si hay sol, si su estudiante esta triste lo apoyan, si alguno está cansado lo alienta.

Hay profesores así en el arte, que te impulsan a no dejar tus sueños, que te muestran otra realidad, a pesar de la lamentable situación que conoces. Que no te permiten fallar, ni darte por vencido. Que te alientan a perseverar y luchar por lo que crees y te hace feliz.

Sergio Sarmiento es un hombre firme en sus convicciones, un profesor que no es profesor sino el padre de sus alumnos. Un amante del teatro que lucha para que otros lo amen tanto o más que él. Un hombre que logra conectar su corporalidad con sus enseñanzas. Un maestro que sabe llegar hasta lo más recóndito de sus saberes y poder transmitirlos. Un amigo que sabe aconsejar y acompañar a quien lo necesita. Sobre todo, una persona llena de vida y alegría para brindar a los demás. Un ser humano que no logra imaginarse todo lo que construye con solo llegar a un lugar. Una humildad con la que jamás va a reconocer que es “el teatrero más paternal de barranquilla”.

fot. Par 64 Uninorte

 

 

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