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 Era colombiano. Miguel Ángel Bastenier murió a los 76 años y en Colombia conoció políticos y formó periodistas, dictó clases y discutió sobre historia, comió como el austero insaciable que recuerdan algunos de sus muchos amigos y comentó sobre Nairo y el ciclismo, que era de sus más grandes pasiones. A un mes de su fallecimiento, El Punto rememora el perfil de quien fuera el maestro de varias generaciones de periodistas.

Por Edwin Caicedo Ucros

Español, profesor y periodista. Llegó al país hace más de 20 años y recibió la nacionalidad en el 2002. Trabajó de la mano con la Fundación Para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y a su cargo al menos 15 talleres distintos -uno de ellos con 14 ediciones- fueron dictados en Cartagena; otros más en varias universidades y redacciones de periódicos del país.

Sus estudiantes recuerdan sus clases como una cátedra de ética, sátira, correcto uso del castellano y periodismo apasionado. Antes de hablar ponía todo en contexto, pero esperaba siempre que los periodistas -por el hecho de serlo- estuvieran al tanto del mundo y de lo que en él sucedía.

Veloz con los crucigramas y con la redacción. Solía lanzar preguntas como ráfagas y exigía esa misma velocidad en las respuestas de sus estudiantes. Proyectaba los textos de los jóvenes periodistas frente a toda la clase y allí los elogiaba con vehemencia o los destripaba con dureza. Para Bastenier, el periodista debía ser rápido, preciso y acertado. “Estabas en uno de sus talleres y él de la nada detenía su cátedra y te preguntaba: ¿cuántos habitantes tiene Panamá? ¿cuantos Estados hay en Estados Unidos? y debías saberlo”, recuerda Laura Ardila, una de sus estudiantes.

Era experto en conflicto árabe-israelí y latinoamericano. Aprendió de política colombiana por gusto y era uno de sus temas usuales de debate. Conversaba con políticos de Izquierda y de Derecha sin distinción. Entrevistó a Carlos Castaño y años después a Álvaro Uribe Vélez. Solía encontrarse con Francisco Santos o Antonio Navarro Wolf, con cada uno por separado hablaba del país, sin servilismos ni inclinaciones. Repudiaba la genuflexión hacia el poder; para Bastenier los periódicos debían mantener con la política nada más que relaciones cordiales.

En Cartagena tenía una casa. Allí venía dos meses por año a dictar en la FNPI su reconocido curso ¿Cómo se escribe un periódico impreso o digital? Lo acompañaba siempre Pepa Roma, su esposa. Durante un mes 15 periodistas recién egresados de las facultades de Comunicación colombianas escuchaban lo que él definía como una síntesis de su clase de un año en la escuela de Periodismo de El País.

Bogotá también le gustaba. Cada que iba sacaba tiempo para los viejos amigos, en el diario El Espectador tenía muchos. El periódico, al cual asesoró durante varios meses en temas de periodismo internacional, era también una de sus casas en Colombia. Hasta allá llegaba temprano en las mañanas para conversar y fumar por largas horas. Se quedaba siempre en el mismo hotel, el Estelar Windsor House y nunca dejaba de impactarle la cortesía colombiana, la capacidad de los nacionales para responder casi siempre con  “por favor” y “gracias”  le sorprendía y le espantaba a la vez.

“Hablaba a la perfección inglés, inglés norteamericano, francés belga y francés nativo, pero era pésimo imitando acentos colombianos”, recuerda Poly Martínez, periodista y amiga. Sin embargo, sentía fascinación por los dichos del país. Comía con afán y siempre bajaba la comida -con la velocidad con la que resolvía crucigramas-  con un Gin&Tonic. Uno de sus restaurantes favoritos estaba en Bogotá, en la 96 con décima. Allí “era un tragón feliz y austero”, dice Martínez. Podía comer cualquier cosa mientras la conversación fuese interesante.

No le interesaba demasiado la música. A través de Martínez conoció el vallenato y le gustó, pero prefería por sobre todo la literatura. Declaraba Cien años de soledad como obra universal. Cercano a Gabriel García Márquez fue uno de los más grandes colaboradores de la FNPI y estuvo involucrado en su fundación. Alcanzó a afirmar en una entrevista para Semana que Álvaro Sierra era el mejor periodista colombiano, haciendo la distinción entre él y Daniel Samper o Antonio Caballero a quienes consideraba ‘escritores de periódico’.

Maestro por excelencia, daba clase a toda hora. Su voz ronca resonaba siempre en los espacios y sus frases se escuchaban con la firmeza de un decreto. En sus cenas y sus almuerzos, en sus juntas y sus charlas matutinas, Bastenier siempre estaba dictando cátedra de periodismo, de historia, de ética, de castellano. Defensor mordaz y voraz del español bien escrito, no aceptaba equivocaciones. Solía llevar a sus clases periódicos de todo el país pintados con resaltador y les mostraba a sus estudiantes los errores que no debían cometerse.

“Explosivo, implacable, incisivo, disciplinado, analítico, crítico y veloz, así era, sin duda, Bastenier”, rememora Marisol Cano, periodista y amiga. Llegaba siempre puntual a El Espectador en el tiempo que trabajó allá. Sus horarios eran estrictos, tanto para escribir, como para comer o fumar.

“Bastenier siempre escribía en las mañanas, era el primero en llegar a las nueve en punto al Consejo de Redacción, comía al mediodía, a las dos y media sagradamente dormía la siesta, a las tres y media despertaba y volvía a sus labores  y a las ocho se iba a comer”, recuerda Cano.

Admirado por periodistas. Recordado entre las redacciones. Elogiado por su crítica fundamentada -con la que sin duda habría desparpajado este texto-. Su rigor, su disciplina y su entrega al periodismo lo hacen un maestro, un periodista con P mayúscula, como lo describió Juan Cruz, un amante de la comida y la buena conversación, un estricto y exigente redactor y además de todo eso -y a mucho honor según decía- un colombiano más.

Foto: tomada de internet

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