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Por: Wilbert Daw

“Oye Venancio, ¿ya te sabes la última?”

Venancio agarra la taza de café y antes de tomarla exclama: “Pues depende cuál de todas, Arturo. Este pueblo no es muy grande y prácticamente todo se sabe”.

“Joda loco, definitivamente tú eres la patada compa’e. Mira, créeme que esta historia no la sabe ni el mismísimo Mandrake el mago”, dijo Arturo.

Al oír esto, Venancio tomó un sorbo de su café, volvió a colocar la taza en la mesa y expresó: “A ver, sorpréndeme”. Arturo se recostó en la silla y comenzó a contar el chisme:

“Compa’e, ¿tú sabías que hay unos cubanos que se han metido a este pueblo?”. Venancio soltó una carcajada y respondió: “Jajaja, pues claro Arturo. ¿O es que tú no sabías que soy de Matanzas?”.

Arturo saltó como un resorte de la silla al frente de la mesa y contestó: “Joda mi llave por supuesto que sé que eres cubano, pero yo me refiero a otros cubanos. Compa’e, son tipos que se han metido en la cabeza acabar con todo lo que se mueva y huela a droga en este pueblo. Hasta mi patrón está asustado”.

Venancio frunció sus cejas e interrumpió a Arturo. “¿Tú patrón? ¿Por qué tendría que estar preocupado si él es el dueño de la carnicería donde trabajas?”

Arturo se alarmó y dijo: “No joda baja la voz compa’e que estamos en una cafetería. Nada más faltó que se enterara el presidente de la república, carajo. Sí, mi patrón es dueño de la carnicería, pero mi llave tú sabes que el negocio de la carne no da mucho aquí en este pueblo. Por eso mi patrón maneja otro tipo de negocios aparte de la carne”.

Sorprendido, Venancio respondió: “Ah carajo. Así que de día tu patrón es dueño de una carnicería y de noche es un traficante”. Arturo volvió a dar un salto y gritó: “Jueputa Venancio, baja la voz que no estamos solos”. Al instante, apareció una mesera y Venancio, de manera jocosa, exclamó: “Cálmese Arturo. ¿No le da pena con la señorita?, como dirían ustedes en este pueblo: ‘Lávese esa boca con Diablo Rojo’”.

Avergonzado, Arturo respondió: “Joda viejo discúlpame y usted señorita discúlpeme también. Solo que hay cosas que es mejor que no sepa nadie”. “No se preocupe señor. En fin, ¿Se les ofrece otra cosa?”, preguntó la mesera.

Venancio pidió otro café y Arturo un aguardiente. Extrañado, Venancio preguntó: “Carajo Arturo debes estar bien nervioso. Tú solo tomas cuando vas a caerle a alguien o cuando estás asustado”. “Compa’e, la ocasión lo amerita”, concluyó Arturo.

“Por lo que veo, mi afirmación sobre tu patrón es correcta. Si da para que tomes un aguardiente a las 3 de la tarde”, indicó Venancio. “Viejo, es que mi patrón trata eso con mucha cautela. Ese debe estar más asustado que yo, porque ya le mataron a dos sobrinos de él que manejaban el negocio. Inclusive, yo estuve en una de las masacres”.

“¿En serio? ¿Hace cuánto fue eso?”, preguntó Venancio, pero cuando iba a contestar apareció la mesera con el café y el aguardiente. “Aquí tienen su pedido señores”, dijo. Ambos agradecieron y Arturo siguió con su historia. “Tiene como dos semanas ya, pero del pánico no te lo había contado compa’e. Llegué a entregarle un recado a Macario, el sobrino de mi patrón que maneja una chatarrería. Cuando estaba acercándome al depósito, escuché unos disparos como de una metralleta”. Arturo hizo una pausa y se sirvió un trago y se lo tomó mientras Venancio lo miraba con impresión.

“Joda ya me puse nervioso y eso que no te he contado lo que viene”, manifestó Arturo. Venancio al oírlo, le pidió calma mientras tomaba su segunda taza de café, pero Arturo siguió contando con angustia su historia:

“Al escuchar esos disparos me cagué del susto compa’e y me fui a esconder a un pequeño cobertizo que estaba cerca de la entrada del depósito. Estaban tan cagado que hasta empecé a rezar el padrenuestro”, continuó Arturo mientras Venancio se echaba para atrás con cara de sorpresa.

“Uy chico, sí que estabas bien cagado entonces porque tú eres ateo”, interrumpió Venancio. “Bueno, a veces cuando uno está en problemas no sabe a qué recurrir y se encomienda a cualquier cosa”, refutó Arturo mientras se servía otra copa de aguardiente.

“El caso es que andaba cagado y no sabía qué hacer en ese momento con tanto plomo que estaban dando”, retomó Arturo su historia al tiempo que se empujaba de un tajo su segundo trago de aguardiente. “Pensé que no pasaría más nada hasta que vi salir volando a dos de los trabajadores de Macario de la puerta del depósito. Compa’e parecerá que lo que te estoy contando es mentira, pero salieron como enemigo de película de Bruce Lee”, decía Arturo mientras se servía otro vaso de aguardiente.

“Epa, les dieron su buena paliza entonces”, añadió Venancio quien esperaba que Arturo continuara su relato. “Yo no tengo ni puta idea con qué carajos les habrán pegado. Lo que sí pude ver fue al asesino”, señaló Arturo mientras bebía un tercer vaso de aguardiente.

Venancio mostró preocupación por lo contado por Arturo y preguntó: “¿Viste al agresor? ¿Cómo sabías tú que estaba el asesino ahí si apenas viste salir volando a dos tipos?”. Arturo volvió a servirse otra copa de aguardiente y mientras lo hacía dijo: “Compa’e eso no lo supe enseguida que lo vi. Lo que pasa es que el vergajo ese salió del depósito, sacó una metralla y encendió a bala a esos tipos. No joda llave yo ni sé cómo hice para ver esa atrocidad compa’e”.

Arturo se llevó el vaso a la boca para poder beber aguardiente por cuarta vez ante la mirada estupefacta de Venancio que siguió interrogándolo. “¿Y qué más hiciste viejo? ¿Seguiste allí? ¿Por qué carajos no fuiste a la policía a denunciar?”. Arturo escupió el aguardiente y gritó con furia: “Joda compa’e, ¿tú eres pendejo o te haces? Si yo denuncio a la policía meto en problemas a mi patrón y me manda a colgar de las chácaras”. Venancio se movió hacia el frente de la mesa, volteó a ver la reacción de las otras personas que se encontraban en la cafetería y exclamó: “Tranquilos señores, es que mi amigo ha tomado mucho”. Acto seguido, Venancio se acercó a Arturo y le dijo: “Oye viejo compórtate. Entiendo tu situación, pero no debes contarlo a los cuatro vientos”. “Joda lo siento compa’e, pero es que el trago me pone acelerado”, respondió Arturo.

“Bueno a ver, no te tomas ni un solo trago más hasta que me cuentes lo que hiciste después de ver al asesino”, expresó Venancio. “Pues compa’e, hice lo que todo buen hombre haría en estos casos”, dijo Arturo. “¿Te enfrentaste al asesino?”, preguntó Venancio. “No joda estás loco compa’e. Ni que fuera Schwarzenegger. Me fui como un bólido de ese lugar apenas el asesino se volvió a meter al depósito”, respondió Arturo.

“¿Y cómo iba vestido el asesino?”, volvió a preguntar Venancio. “Pues como si fuera pa’ una fiesta: Camisa blanca, pantalón blanco y un sombrero de ala ancha blanco con borde negro. Pa’ que le digo compa’e, el asesino es pintoso, aunque se le dañó un poco la pinta por la sangre que le salpicó”, manifestó Arturo.

“Pues eso sí”, contestó Venancio, quien inmediatamente soltó otro interrogante: “Supongo entonces que le contaste todo a tu patrón”. “Joda mi llave me tocaba sí o sí contarle. Pensé que iba a hacerle una emboscada al tipejo ese, pero prefirió investigar quién era antes de darle el golpe. Ahorita se encuentra en la carnicería esperando a que le consigan más información”, explicó Arturo.

“Oye, pero no crees que es muy peligroso que sigamos aquí en este lugar. ¿Por qué no vamos a mi casa y me sigues contando más del tema?”, preguntó Venancio. “Uy mi llave, ¿y ese milagro? ¿No dizque tú no invitabas a nadie a tu casa ni de vaina?”, respondió sorprendido Arturo. “Tienes razón, pero en vista de las circunstancias, es mejor ser precavidos”, dijo Venancio. “Joda tienes razón compa’e. Arranquemos pa’ allá”, sentenció Arturo.

Ambos se levantaron de la mesa y Venancio pagó la cuenta en la caja de la cafetería. Luego se subieron al auto de Venancio -un Cadillac DeVille- y agarraron camino a la vía principal del pueblo. Cuando se aproximaban a ella, Venancio se percató de algo y dijo lo siguiente: “Uy hermano se me olvidó echarle gasolina al auto. Deja y vamos a una estación y después vamos a la casa”. Arturo asintió con la cabeza y dijo que no había problema.

Venancio tomó una vía alterna para llegar a la gasolinera del pueblo, pero en mitad de esta se estacionó de forma abrupta. “¡Carajo!, algo no va bien en el motor”, dijo. “Erda loco tienes razón, está sonando raro. Deja y lo reviso”, comentó Arturo, que casi de inmediato se bajó del auto. Arturo levantó el capó del Cadillac y se dispuso a revisar el motor, pero de pronto sintió un objeto que le punzaba la espalda y cuando se volteó, se encontró con Venancio apuntándole con una pistola.

“¡Ey loco, ¿qué te está pasando?! ¡Baja la hijueputa arma llave!”: expresó con desespero Arturo. “Lo siento, pero tengo que hacerlo. Aléjate del motor y colócate a mi derecha”, ordenó Venancio.

Con miedo y resignación, Arturo se alejó del motor y se paró a la derecha de Venancio, quien se volteó al frente suyo. “Ay Arturo, como siempre eres muy ingenuo. Si no me hubieras contado eso de hoy, jamás me hubiese enterado de que me vistes matar a aquellos hombres. Como lo dijiste antes: Hay cosas que es mejor que no sepa nadie”, manifestó Venancio que, al terminar sus palabras, disparó contra Arturo y lo mató de tres balazos en el pecho.

El cuerpo sin vida de Arturo cayó como un costal en el pavimento mientras Venancio ajustaba el motor, cerraba el capó del Cadillac y arrastraba el cuerpo de su amigo hacia el baúl. Allí lo metió junto con una camisa blanca ensangrentada y se dispuso a cerrar el baúl y volver a manejar su auto con la intención de acabar su trabajo e irse del pueblo para no regresar nunca.

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