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Por: María Isabel Quintero

Cuando la conocí. 

El 26 de enero, regresé a Barranquilla. En el camino al aeropuerto El Dorado en Bogotá, para tomar mi vuelo, fue la primera vez que escuché de un virus con corona, al menos la primera que le di importancia. Para ser sincera, no era la mayor de mis preocupaciones en ese momento. Casi todos mis pensamientos se enfocaban en si mis compras habían sido excesivas, como siempre que visito la ciudad, y tendría que pagar sobre costo por mi maleta. 

En la radio del taxi, fuera de mis pensamientos, hablaban del “virus chino”. Nombre por el supuesto país de origen donde alguien tuvo un antojo de murciélago y desató una pandemia. Un dicho dice “El que quiere gusto paga gusto” pero este lo estamos pagando todos. 

Ya en El Dorado, aún debía esperar 2 horas para tomar mi vuelo. Mientras pasaban las dos horas en las que evadía mi sobrecargo por mi equipaje, entré a redes sociales para pasar el tiempo. La agenda de los noticieros estaba dedicada al virus que andaba por allá en otro continente. Saludé y abracé a muchas personas, aunque empezaba a darme temor el contacto y me aleja si alguien tosía o expresaba un síntoma parecido.

Como persona precavida e imponiendo moda, compré un tapabocas y lo usé al subirme al avión. Todo fue como una predicción, poco agradable. 

Un ser humano en metamorfosis. 

El ser humano es un ser cambiante por naturaleza. Nos encontramos en constante transformación, más allá de las alteraciones físicas o intelectuales relacionadas a la biología y explicadas por la misma ciencia, hay unas transformaciones que tienen sus raíces en las vivencias que experimentamos. Como dice Diomedes “Las Experiencias Vividas”. 

La pandemia hace parte de la creación de nuevas experiencias para la vida de todos los que habitamos el mundo en estos tiempos. Hemos vivido cosas que hace mucho tiempo no vivíamos, hemos vivido cosas que nunca habíamos vivido y en gran manera hemos experimentado la ausencia de vivir muchos momentos, al menos de la forma como lo hacíamos.

Por muchos años, realmente no tengo un recuerdo de la última vez que pudo pasar, no comía en la mesa con toda mi familia. Ahora mis compañeros de confinamiento. Recordando la parte de una canción de Thalía junto a Natti Natasha “Y si no me acuerdo, no pasó”. Por primera vez, desayuné, almorcé y cené por dos días seguidos comida de casa. Por primera vez, estuvimos todos en la misma sintonía, haciendo la misma actividad, pensando en lo mismo. La vida productiva y las obligaciones de todos no nos permitían disfrutar esos momentos. El álbum musical Por Primera Vez, de Camilo Echeverry y que salió justo a mitad de esta cuarentena, tenía todo el sentido. En esta pandemia todo es por primera vez.

Tantas transformaciones abruman. Pasar de estar todo el día, todos los días, por fuera de casa y llegar solo a descansar, a estar entre sus paredes mientras que el sol sale, se oculta, la luna aparece y se esconde. Soy espectadora fiel desde la primera fila de mi balcón de este gran espectáculo con una coreografía única y pasos perfectamente coordinados.

A pesar de ese espectáculo que solo podía generar tranquilidad, el antagonista, llamado COVID-19, tiene un papel con gran influencia, provocando por muchos días un dolor que sentía penetrar mi cien. Pasaban los días de cambios y mientras intentaba descubrir el porqué de la presencia de ese persistente dolor. Pensaba si para aliviarlo debía decidir por completo no planear nada. Entre tantos días de reflexión el sufrimiento seguía, cambia de lugar y se extendía, pero no sé iba. Curiosamente igual que el virus.

Día de exploración.

Luego de tanto tiempo en confinamiento, lo cierto es que se desconoce lo que verdaderamente es la realidad. De este modo no son certeras sus características, lo bueno o malo que esa realidad puede tener. Las ansias por salir eran muy grandes. Luego de vivir por mucho tiempo de recuerdos, quería vivir algo nuevo. Poder presenciar algo que luego pudiera convertir en una memoria y ojalá contar.

Tenía más que nunca ganas de manejar mi carro y andar sin rumbo fijo. Tomé mis llaves y caminé fuera de las paredes que me atraparon por 70 días. Y sucedió lo que presentía. Subí a mi carro, me acomodé, y solo faltaba un detalle para introducir la llave y arrancar. Recordar cuál era el pedal para acelerar. Sí, en mi mente esa información tan básica no estaba clara. Era visible un efecto más de la cuarentena. Luego de descifrar ese gran acertijo, pude continuar y salí del parqueadero.  

En una de mis pocas estaciones en ese viaje por las calles de la ciudad, disfrutaba estar sentada a metros de personas que quería abrazar. Mientras contemplaba esos momentos tan sencillos, pero con un valor enorme, algo interrumpió. Escuchamos en la calle unos gritos y ruido en medio de la soledad de un día de cuarentena. Mi instinto de estar enterada me provocó inmediatamente asomarme a la ventana a ver que sucedía. Debo advertir que el distanciamiento social es un obstáculo cuando, al mismo tiempo, varias personas desean ver por una pequeña ventana. 

Es necesario aceptarlo, estaba emocionada. Por más pequeña que fuera la situación era un detalle que le daba más valor a lo que iba a contar del día que salí en medio de la pandemia. Veo a unos jóvenes a lo lejos. Mi hipótesis era que estaban jugando. Quizá iba a criticarles no tener ninguna protección, incluso algunos no usaban camisa. Para crear mi teoría pregunté a una amiga que tenía mejor lugar en el marco de la ventana:

–¿Qué paso?

Diana dijo: –Hay unos policías, pero como que son unos amigos que estaban jugando y solo los quieren asustar por el tema de la cuarentena.

Pero en propósito de más interés para el relato, la situación no era la que Diana y mi teoría aseguraban. Minutos después, para facilitarnos entender la situación pasaron corriendo frente a nosotras. Unos palos, palabras fuertes, pedidos de compasión y como toque final un golpe justo en la parte alta de la espalda. Esos fueron los apuntes necesarios para darnos cuenta de que no eran amigos y poder escribir la verdadera historia.

El actor principal era un ladrón, que minutos antes había ejecutado su plan. Un plan fallido, que luego de una persecución, terminó en la esquina con un final nada positivo para él. La escena concluyó con sangre, esposas en las manos de ladrón, un par de policías haciendo su trabajo y un gran grupo de vecinos satisfechos porque a ellos el plan de justicia sí les funcionó.

Todo ese espectáculo solo me hizo cuestionar el valor que tenía esa realidad que tanto extrañé. Si de verdad lo que estaba afuera de esas paredes, que me protegían, valía tantos momentos de recuerdos, tanta melancolía y tantas ganas por volver. Solo podía analizar si eso era valioso o si solo era la intención de creer que todo tiempo pasado fue mejor.

 

La nueva normalidad.

Toda la planeación que tenía para el gran año 2020 cambió. Los viajes, las programaciones y días agendados en mi calendario quedaron atrás, ya solo podía borrarlos. Ni siquiera era posible hacer planes nuevos, la incertidumbre del futuro es completa, incluso dentro del mismo estado de cuarentena.

Estar dentro de una pandemia, entre otras obvias cosas, significa no tener nada bajo tu control. Todo depende de esa tan famosa, hablada, interesante, y aunque en ocasiones alegra, odiada curva. La curva de la que hablaban en todos los noticieros, medios de información y en la diaria actualización de si hoy murieron más o menos que ayer. Siempre la pregunta más recurrente es el comportamiento de la curva hoy. La corona del virus, sin mencionar el horror que significa, además es símbolo que él decide el futuro.

Justo en el momento en que comprendí que la única opción posible era enfocarme en lo que estaba viviendo en cada momento. Como una amiga me aconsejó hacer “Step by Step”. No planificar tanto lo que iba a hacer, sino empezar a hacer. Aceptar que todo en cualquier momento puede convertirse en una nueva realidad y muchas veces no resulta ser la que hemos deseado. 

Así que decidí poner en práctica la frase que tanto tiempo había valorado, hasta guardado como un tesoro. Este era el momento de gastar ese tesoro y aplicar esa premisa en mi vida. “Dejar atrás el pasado, adaptarse al presente, prepararse para lo peor y esperar lo mejor”. Esta era la forma de aceptar la realidad que nunca imaginé.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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