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Por: Karen Marino

Es ineludible la emoción que genera un partido de la Selección Colombia. Pareciera que a todos los Barranquilleros se les encendiera el circuito integrado del desorden, como si apareciera una fiebre de fútbol. Esas fiebres que fluctúan de acuerdo al resultado. Los partidos de la tricolor se convierten en el pretexto pertinente para el relajo y la juerga. Nada, que no sea estar con la camiseta, la bandera, la parranda, los pitos y el trago en la mano, puede hacerse mientras juegue el seleccionado nacional.

Sin importar que apenas comience la semana, la cerveza y el aguardiente son las bebidas infaltables. Porque si hay algo que caracteriza al currambero, es estar a la expectativa y en una constante búsqueda de oportunidades para tomarse “unas frías”. No hay día ni hora establecida: a las ocho de la mañana empiezan a prender motores, se escuchan los pitos y las canciones dedicadas a la tricolor como una señal de que es momento para comenzar con el jolgorio.

Los barranquilleros viajan, desde cualquier parte del mundo, para venir hasta su estadio Metropolitano y ver jugar a su equipo del alma. Según el presidente de la Asociación Hotelera y Turística de Colombia, Cotelco, Mario Muvdi Chiari, unas 9.000 personas se alojan en los distintos hoteles de la capital del Atlántico. Así de importante resulta el fútbol, sobre todo cuando a Colombia se refiere.

Los estaderos, restaurantes, tiendas y hasta las mismas casas de los residentes se bautizan como estadios alternos. Es que, definitivamente, no se necesita más que actitud para recibir al equipo en la ciudad. Valga aclarar que la casa de la Selección es la capital del Atlántico. No hay otra ciudad colombiana en donde los ciudadanos transmitan tanta pasión por el fútbol como la nuestra. Barranquilla se transforma.

Y esto mirando a la Selección desde la gradería. Es que nada puede compararse con la manera en que los jugadores celebran un gol: tirarse a la grama, correr con los brazos arriba hacia una esquina de la cancha, cargar al compañero en forma de caballito y hasta bailes previamente organizados. Si verlo hacer emociona, ya podrán imaginarse lo que sentirán los protagonistas.

Las ventas incrementan. Se ve en cada esquina telas amarillas colgadas en el tendedero, todas expuestas al incandescente sol. Al menos unas veinte que al pasar las horas terminan por desaparecer. De $20.000 en $20.000, se les hace el día a los vendedores. Y a los clientes también, que se van alegres a celebrar con su nueva adquisición. O al menos eso es lo ideal.  Como escribió Paula Giraldo, una compañera de clase, en Twitter: “Si mi camisa de la Selección Colombia no es original, me tumbaron las 20 barras”.

El transporte es otro tema que no se puede excluir cuando a Barranquilla y a un partido de Colombia se refiere. Pareciera que los habitantes se multiplicaran. Si normalmente se embarcan el 11,5% de los ciudadanos en el Transmetro, los días de partido se dobla el porcentaje. El transporte público activa una hora pico diferente a la consuetudinaria para ofrecer servicios con mayor frecuencia y rutas expresas. Son 231 buses los que circulan entre las distintas rutas: alimentadoras,  expresos y troncales. ¿Dónde se esconden normalmente esa gente que aparece los días de partido?

Alrededor de 2.000 policías cuidan de los barranquilleros. A veces varía la cantidad. Todo depende de qué tan revolucionada se ponga la ciudad. Lo más interesante resulta ser que estos uniformados solo aparecen los días de partido. Los demás días se pierden, se esconden, se quedan en casa. O quién sabe dónde pero la delincuencia, como arte de magia, hace la respectiva eclosión.

El sentimiento es tan grande que los curramberos terminan por descontrolarse: zarandeando sillas, gritando todas las vulgaridades que pasen por sus mentes, le pegan -con ritmo- a la mesa con la palma de la mano, abrazan al que tengan al lado aunque no lo conozcan, brincan, se quitan la camiseta, suenan los pitos hasta que se les acabe el aire y hasta confunden el autor del gol. Como escribió la senadora Claudia López en Twitter cuando vaticinó un gol de Carlos Bacca, que en realidad lo anotó Teo Gutiérrez: “Jajajajajajjajja la emoción!!!!!! A mí todos me parecen igualitos y divinos!!!!”.

Y así entre otros tantos casos que se dan por culpa de la “emoción”, como dice la congresista. A menos que el habitante sea un Testigo de Jehová, un rolo o un extranjero. Ahí la cosa cambia un poquito.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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