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Andris es consejero de identidad y cultura del Consejo Comunitario de Palenque: Ma Kankamana, “el gobierno de allá”. Ríe con cada frase que dice, y cuando habla parece entonar una canción. Claro, no se cansa de relatar todas las experiencias vividas para llegar allí. Dice, además, que le encantan las entrevistas.

En realidad estamos hablando de un artista puro, para el que resulta muy fácil actuar, hablar y hasta rapear. Ama la actuación y desde que nació parece estar viviendo en una película. De la mezcla del arte y de la lucha por la inclusión nació Kombilesa Mi, “un grupo de jóvenes que fusionan los ritmos del rap con el sexteto, el pavo, el bullerengue y la chalusonga, todo en lengua palenquera”. Así, luchan por salvaguardar y fortalecer la musicalidad palenquera y sobre todo su lengua ancestral. Ellos están convencidos de que a través del arte se llega a muchas partes. En buena medida, se trata de una lucha por la identidad.

El 14 de junio se conmemora el día de San Basilio. Se hace la procesión y sacan al santo a “pasear”, recuerda. Todo el pueblo se congestiona y, por cierto, ese día el destino quiso que Andris naciera. Fue una partera quien extendió sus manos y le dio la bienvenida al mundo y ella se encargó de hacer que derramara las primeras lágrimas y respirara el aire de Palenque.

Tomasa aún vive, y así como recibió a Andris, lo ha hecho con muchos palenqueros más. El parto de Andris fue complicado: la placenta quedó en el vientre de su madre, ella cuenta que estaba mal y dejó a su bebé en Palenque y se fue a Cartagena a buscar asistencia médica. Nicon quedó encargada del recién nacido. Ella estaba parida de Juliana y podía amamantarlo. Entre tanto, su mamá estaba en Cartagena luchando por seguir viva.

No paraban de orarle a San Basilio para que no se muriera; entonces, a media noche, el santo se incendió por las velas que lo acompañan. Ella dice -y todos piensan- que eso ocurrió por ella, para salvar su vida. Hoy reconocen que después se volvieron muy creyentes, así como la mayoría de los palenqueros. Entonces San Basilio se quemó, la madre se recuperó y volvió por su bebé. Ella le prometió al santo que si vivía, le pondría velas. Después fue donde el patrono a ponerle velas al nuevo San Basilio. “Construyeron uno nuevo porque el viejo se quemó por ella: su mamá relata lo dura de la experiencia, mientras que Andris se afecta también al conocerla.

Hablando de su infancia, Andris recordó un pedacito de una canción y entonó: “Yo desde niño cuando llovía, picós de barro era que hacía porque juguetes yo no tenía, picós de barro era que hacía”. El picó en Palenque ha gustado desde pequeños, y él y sus amigos hacían picós para jugar. Con un brillo en sus ojos -que evoca su infancia- relata cómo amasaban la tierra y armaban estos instrumentos para competir. Levanta un poco el tono para revivir ese instante y repetir las mismas frases que decía de pequeño: “Yo soy el conde, tú eres el rey”, que son nombres de picós. Continúa contando que corrían en caballos de palo, una rama que cortaban y pintaban. Ese era el caballo real, pero de palo: así es como lo recuerda.

Entre risas, pero ahora un poco más nostálgico, rememora que tuvo la oportunidad de viajar a África, el sueño de muchos afrodescendientes. Conocer la tierra de sus antepasados. Cumpliendo su papel en Marímbula, un documental, cumpliría su sueño. Pero no fue así, Andris tuvo problemas en el ingreso y no pudo llegar a Senegal. Debió quedarse en Dakar viendo cómo su compañero Gabriel sí pudo lograrlo. Todos quedaron confundidos sin entender porqué.

Hoy ríe porque todos pensaban que él era senegalés. Negaban ante el hecho de que él fuera colombiano y no lo dejaran entrar. Eso marcó su vida. Como afro, tiene la convicción de que ese es su lugar, el lugar donde pertenecen, pero al no poder entrar, lo asumió, y se resignó. Lloró y se alegró: no lo dejaban entrar pero tampoco lo dejaban salir. Viajó de Dakar a España. Allí lo esperaba la policía, así que  lo embarcaron en un avión hacia Bogotá y pronto estuvo en Palenque, frustrado, pero convencido de que pronto intentaría llegar de nuevo a Senegal y a otros países de África, su tierra.

Cosas como esas, asegura, demuestran de qué están hechos los afrodescendientes, quienes intentan ser buenos en lo que se propongan. Son empíricos y eso los hace sentirse grandes, importantes. “Nos hace crecer” dice. Lo contrario a cómo se sentían hace siglos atrás, cuando eran esclavizados. Hoy intentan liberarse de todo lo que esto ocasionó. La historia deja huella y más cuando es una historia negra, como canta el Joe.

 

Andris sigue aprendiendo a dar lo mejor. Está convencido de que siempre debe ser un actor empírico. Cantar y actuar le alegran el alma, así como ser consejero de identidad. Todo ello junto ayuda a salvaguardar la esencia. Por ejemplo, los peinados, en cuyos variados pliegos se encuentran las huellas de su estrategia, resistencia, creatividad, memoria, y libertad. De su identidad.

Hoy ser negro es pertenecer a una etnia guerrera, luchadora, dice Andris, y se explica: “Yo no hablo de raza porque la raza humana es una y es a la que hacemos parte todos. Es realmente un orgullo hacer parte de esta etnia, corroborar en el tiempo lo que hemos aportado, lo que hemos hecho. Es como llevar contigo historia. Hoy es orgullo, dignidad y honor. Es mucho para mí ser negro, realmente me siento agradecido, es ser alegre, es arte, es lucha es resistencia, creatividad, es sabor, inteligencia, ser negro es una maravilla“.

 

Los peinados son estrategia, resistencia, creatividad, memoria, libertad, identidad.

 

 

 

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