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Por: Jean-Pierre Mandonnet – Foto de cabecera: El Tiempo 

La visita del Papa Francisco en tiempos de corrupción rampante y polarización política, llega con aire nuevo para una sociedad a la que le cuesta creer en sí misma, y cuya tarea para la recuperación social, política y moral de su propio territorio no deja de ser titánica.

El Padre Francisco de Roux reflexionaba sobre el vigente tema de la ética y la corrupción en su columna del jueves 31 de agosto en El Tiempo, partiendo de la intervención del Procurador Fernando Carrillo en un Seminario de ética pública en la Universidad Javeriana llevado a cabo la semana pasada, una opinión que amplió en su columna del domingo anterior para el mismo periódico.

Mientras Carrillo hacía énfasis en la necesidad de recuperar la ética en un momento especial en el que el país paralelamente empieza a padecer los efectos del posconflicto, a la par de la multiplicación de los casos de corrupción dentro de las Instituciones del Estado -dando a entender el problema en sí- De Roux sacó a la luz la mayor cantidad de derivados del mismo y estableció el camino que necesita recorrer Colombia para recuperar la ética perdida.

Es como si el conflicto nos hubiese nublado la cabeza. Como si Caracol, RCN, la escuela en la que estudiamos o la reproducción de miedos e inseguridades dentro de nuestras familias nos hayan obligado a comprar una boleta para ver una película al momento de nacer, que, dada la realidad de nuestros días, se encuentra en pleno desenlace.

 

El columnista Francisco De Roux. Foto: El Tiempo

 

No es que la firma del acuerdo de paz le hubiese abierto las puertas a la corrupción, pues siempre estuvo y la cortina de humo se evaporó. Así de simple. Es por esto que De Roux emplea la teoría de nuestro fracaso como ‘sujetos morales’ para poder llegar y aceptar como normal tal grado de maldad dentro de nuestras instituciones.

La visita del papa Francisco llega en un momento de polarización tal, que ni siquiera los casos de corrupción (los cuales no distinguen partido ni ideología) son capaces de unir al país con la capacidad de asombro como hilo conductor. Su bendición, sin embargo, no pudo haber sido más oportuna, independientemente del carácter político o no que le quieran atribuir o dejar de hacerlo, a su llegada al país.

El mensaje papal, cargado de un componente ético que trasciende los límites de lo que podemos llamar significativo –mucho más en un país como Colombia- con valores universales como el amor, respeto al prójimo, solidaridad y perdón como eje transversal del mismo se podrá entender en su real dimensión (o no) a través de la manera como el país lo acoja y lo ponga en práctica, sobre todo en medio del escándalo de justicia que trajo consigo sobornos y extorsiones entre la Fiscalía, por medio del antiguo jefe de la Unidad anticorrupción, el Congreso de la República con los senadores Bernardo Elías y Musa Besaile del Partido de la U y la Corte Suprema de Justicia a través de los magistrados Leonidas Bustos y Francisco Ricaurte, ex presidente del Consejo Superior de la Judicatura.

Pero eso sí: Colombia de por sí necesita mucho más allá que caramelos en el oído si quiere recuperar la integridad de su estructura social, política y sobretodo, moral.

Colombia y su largo camino hacia la paz y la recuperación moral

En primer lugar, se debe partir del principio de que en nuestro país, la presencia del Estado siempre ha sido diferenciada en cuanto a territorios se refiere. Todavía es la hora en que las instituciones no han terminado de ejercer control total dentro de los territorios en conflicto, y que se mueven al ritmo de la economía ilegal impuesta por los grupos al margen de la ley.

A esto habría que añadirle el carácter central del Estado colombiano, que va desde el manejo de los dineros públicos desde la capital, hasta la administración sectorial de las regiones por parte de las mismas élites de turno que controlan la economía local en beneficio de una vaca gorda en Bogotá, que se adueña y dispone del flujo de recursos. Partiendo de esta tesis, ya existe un manejo inadecuado, premeditado y desigual: de eso se trata la mermelada, que permea todas las venas estatales, no entiende de instituciones y acaba con el equilibrio de poderes.

Y todo lo anterior ocurre gracias a un círculo vicioso que corrompe a los mismos electores desde el día en el que aceptan una bolsa de cemento o veinte mil pesos para votar por un candidato X que en un solo período les va a quitar veinte veces esos veinte mil pesos ‘invertidos’.

Entonces pasa lo que pasa en Córdoba con los tales ‘Ñoño’ Elías y Musa Besaile, quienes recibieron todo el poder político y económico de Santos y se convirtieron en los senadores estrella del Partido de la U, repartiéndose alcaldías y poniendo al gobernador Alejandro Lyons, que como todo político corrupto recién capturado asume el papel de ‘rockstar’ cuando se le da por prender el ventilador y revelar los hechos, al igual que Musa.

Imagen: Revista Semana

 

Así es como capturan, por ejemplo, al Jefe de la Unidad Anticorrupción de la Fiscalía por corrupción. Así es como con orden de captura en mano, el mismo Gustavo Moreno le pide a Musa 6000 millones de pesos con tal de retirar la misma. Finalmente el senador le pagó dos mil, y su  tajada llegó hasta el presidente de la Corte Suprema de Justicia.

Ante todo esto, si hay un daño común que han dejado Uribe y Santos, es la puesta en uso de las instituciones del Estado al servicio de sus ambiciones políticas. Mientras Uribe acabó con el DAS mientras mandaba a chuzar periodistas y magistrados, restándole credibilidad al ejército cuando estos últimos asesinaron campesinos e indígenas para presentarlos como falsos positivos en beneficio de sus cifras de Seguridad Democrática, Santos repartió mermelada por todos lados y entrelazó más que nunca las tres ramas del organigrama estatal en base a los dineros sucios.

No basta con firmar

Es en ese contexto en el cual llegó el Papa a Colombia. Llegó en un momento en el que robar y pisotear al prójimo se volvió normal. En el que ese cuento del ‘vivo vive del bobo’ está más vivo que nunca, en el que el país cree que la corrupción acaba de empezar, cuando lo que en realidad ocurre es que por fin nos quitamos la venda de la cara y empezamos a abandonar poco a poco esa sala de cine en la que hemos vivido siempre.

Ojalá sirva la visita de Francisco. La polarización se da simple y llanamente porque las condiciones para el debate no están dadas. Porque la educación no es suficiente si desde casa no nos preparamos para iniciar la búsqueda de nuestro lugar en el mundo.

Francisco supo resumir en dos líneas lo que a este servidor le costó más de mil doscientas palabras explicar: “No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la Ley, la que es aprobada por todos, la que rige la convivencia pacífica”. 

Es decir, la paz no llega por sí sola, ni por medio de la firma de un acuerdo. Se trata de cambiar actitudes como las mencionadas anteriormente. Dejar de querer sacarle provecho a la debilidad ajena para beneficio propio, dejar de utilizar el poder como plataforma de enriquecimiento personal, ponerle precio a nuestra conciencia y dejar de venderla por un cuaderno o veinte mil pesos a un político que te va a robar veinte veces esos veinte mil.

La corrupción parte de nuestras acciones, del precio que le damos a nuestro rol de administradores del Estado que tanto daño nos ha hecho. De no asumir nuestras responsabilidades y achacárselas permanentemente a otros, ya sea a la clase política o a quienes votan por el candidato X que no nos gusta. Si aprendemos a reconocer todas estas faltas y a empezar de cero la construcción de un nuevo país, seguramente el mensaje de Francisco sí habrá calado en el seno de nuestra sociedad. Si dejamos de utilizar la religión como medio de lucro y de manipular principios a cambio de favores o créditos dentro de la política, el Estado se reestructurará de fondo y, realmente, nuestra realidad real, será mucho más real que nuestra actual realidad dada.

Personas esperando la misa campal del papa en Cartagena. Foto: Periodistas El Punto

La espera con los dedos cruzados

Bogotá, Medellín, Cartagena y Villavicencio sirvieron como termómetro para mostrarnos que la gente buena en este país supera en buen número a los oportunistas. El papa supo arrastrar lo que cualquier caudillo politiquero soñaría jamás.

Todo empieza por recuperar la ética desde el individualismo de cada ciudadano y seguir tejiendo. La búsqueda de la paz no será fácil ni corta. Habrá que seguir tragándose muchos sapos y educarnos para evitar seguir con esta guerra de emociones que no genera debate alguno y por el contrario, hace aún más grande la brecha que alimenta la polarización.

Si aprendemos a actuar convenientemente de cara a un mejor país, pensando en los demás desde las acciones más pequeñas, vamos a cambiar. Eso sí, luchando internamente por adquirir un grado de paciencia tal, que nos permita dirimir entre lo bueno y lo malo, sin importar el bando o la fuente. Es decir, procurando siempre trabajar para el bien y dejándole en claro a quienes manejan las estructuras del poder que quienes contribuimos a sostener al Estado como estructura, no lo vamos a permitir.

Así, los Musas y los Ñoños sufrirán un grado de exposición tan amplio, que sus acciones serán de todo, menos un ejemplo. Pensemos bien y aprendamos a escuchar y, especialmente, a respetar, porque el jesuita De Roux lo resume mejor que nadie: “Destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéramos los valores de la justicia, la honradez, la verdad, la compasión, la lealtad, la solidaridad, la paz. Y que, polarizados en interpretaciones sobre la brutalidad de la violencia, nos confundamos en odios y señalamientos y sigamos postergando la construcción de la moral ciudadana y pública, mientras la confianza colectiva se desploma”.

 

 

 

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