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Por Alisson Lee Sánchez Benhardt

En el marco del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, el jueves 17 de abril, a las 2:00 p.m, en el Teatro Adolfo Mejía, dirigida por Natalia Santa, se estrenó Malta; la nueva película que puede calar hondo en todos los jóvenes adultos de Colombia, incluso Latinoamérica. 

Malta nos permite dar una mirada íntima a la vida Mariana, un viaje de autodescubrimiento y reflexión. Es una joven adulta, clase media, que sostiene una relación disfuncional con su familia, trabaja en un call center y estudia idiomas. Tiene algunos hábitos y vicios que lidian y construyen la monotonía de su vida: casa, bus, trabajo, clases, fiestas, encuentros sexuales casuales y casa, nuevamente. Su vida recorre un bucle que parece interminable. 

La necesidad de Mariana de lamer viejas heridas, perseguir inalcanzables sueños y suavizar su duro corazón son algunos de los aspectos que hacen a este estreno tan personal para las audiencias y, por lo tanto, la voz de una generación. 

La relevancia innegable de la película recae en su fiel retrato de la cotidianidad. Si bien las crisis de los veintes atraviesan cualquier generación, en cualquier contexto social, las disfuncionalidades y problemáticas que atraviesa Mariana fácilmente pueden interiorizarse y sentirse ávidamente por cualquiera que la vea. Desde situar la historia con planos generales de las calles de Bogotá, grafitis, paradas de buses y su arquitectura hasta la vida de Mariana y las personas a su alrededor, que representa un gran número de jóvenes colombianos, hace que tengamos una ilusión tan cercana a la realidad que rompe la ficción y la pantalla. 

En colombia… ¿cuántos adultos jóvenes no trabajan en un call center mientras estudian?, ¿cuántos adultos jóvenes no tienen una relación difícil con sus padres a raíz traumas generacionales?, ¿cuántos adultos jóvenes no tienen padres ausentes o con adicciones?, ¿cuántos adultos jóvenes no se acostumbraron ya a un futuro incierto? 

La relación de la protagonista con su familia es plasmada con mucha delicadeza y detalle. Los diálogos, las discusiones y la ambivalencia de amar a alguien que también te lastima, se preocupa por ti y es negligente simultáneamente un espejo más que un retrato. El vínculo con su madre es probablemente el más intenso de todos. Una mujer a la que ama, pero con la que nunca está de acuerdo; a la que le reniega y luego la repite. Mariana busca alejarse de su madre mientras lleva su mismo peinado y su mismo carácter. 

Tampoco hay que dejar atrás que en medio de la incertidumbre y el modo de vida automático de la protagonista todavía hay un espacio latente para un sueño. Su vida no es una tragedia entera, pero es dolorosamente realista. 

La crudeza de la historia hace más verosímil la intimidad. El sexo, las peleas y las risas se valen de lo que originalmente son. No hay trucos extravagantes, filtros o efectos de sonido que magnifiquen lo que la dramaturgia hizo por sí sola. Malta posee un estilo claro, pero la energía dramática de las escenas brilla al máximo por su guion e interpretación. 

En su sencillez yace la intensidad de la cotidianidad. En la vida diaria, estamos acostumbrados a ella, pero cuando la vemos en la pantalla grande nos deja sin aliento, como si nos golpeara en toda la boca del estómago.  

La película de Natalia Santa podría ser la voz de una generación, o dos, o incluso varias, la voz de nadie, la voz de algunos o la voz de varios; y, por eso, merece ser vista y comentada por muchos, diría que por todos, 

al menos todos aquellos que compartimos la monotonía, el dolor y la incertidumbre de Mariana y que, como ella, perseguimos nuestra Malta.  

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